Giovinazzo, un viaje a nuestra historia
Quien haya visitado Italia sabe que caminar por sus tierras es una experiencia única, diferente a cualquier otro lugar en el mundo, especialmente si tenés raíces familiares en esas tierras.
Dicen que el pasado ya pasó y que de nada nos sirve volver a él. Pero yo creo que el pasado nos conecta con quienes somos, de dónde venimos y con la esencia y la fortaleza que nos empuja hacia el futuro.
En este viaje voy dos veces al pasado. Una, me transporto un año atrás y llego a Giovinazzo con mi mamá y mis primas. La otra, viajo al 1900, donde está Domingo, el abuelo de mi mamá, a quien no conocí, pero a quien quiero con toda mi alma y agradezco el legado familiar que nos ha dejado.
Ya había estado en Giovinazzo antes, pero solo por un día, que bastó para decir que había visitado el pueblo de los abuelos. Esta vez fue diferente; será porque mi mamá soñó a mi abuela Cata, hija de Domingo, pidiéndole que volviéramos, o porque nunca sentí haber saldado mi cuenta pendiente con esta pequeña ciudad que adorna las costas de Italia. Sea por el motivo que fuere, volvimos.
Llegamos en horario de siesta. La ciudad dormía; tan solo había un grupo de chicos jugando al fútbol.
Ya no recuerdo qué nos dijeron, pero, en algún momento, respondimos que éramos de Argentina. Intercambiamos saludos y sonrisas; creo que eran los abuelos dándonos la bienvenida.
Caminar con valijas se complica en Italia, y mucho más en Giovinazzo, ciudad adoquinada y de infinitos desniveles.
Conseguir un taxi resultó una misión imposible; necesitábamos caminar esas calles. Al admitirnos perdidas, una mujer nos abordó. Se nos hacía difícil entender sus indicaciones, así que se ofreció a acompañarnos al hotel. Era la mano del abuelo cuidándonos.
Ni mi mamá ni yo podíamos evitar las lágrimas. Esa sensación de nostalgia que colma el pecho, esos monumentos de guerra que encierran tantas historias de vida que cambiaron de un día para el otro.
Respirábamos historia.
Giovinazzo es extremadamente bella. Caminar por sus calles es como caminar en medio de un set de película. Siempre digo que esas calles encierran magia. Adoquines, balcones, flores de colores nítidos, mensajitos en carteles que parecen enviados por el universo, justo en el momento en el que necesitás leerlos. ¨Donde quiera que vayas, ve con todo el corazón¨.
Fueron cinco días en los que nos sentimos como locales. Visitamos el Municipio (Comune) para pedir las actas de nacimiento del Avo. Un joven se ofreció a sacarnos una foto, en cuyo fondo veríamos a un sobrino del abuelo, honrado por su labor en la guerra. Según las historias relatadas por mamá, murió en combate y su madre nunca supo nada de ello. Su parecido con uno de mis tíos era impresionante.
Como siempre en cada viaje, fui a correr por la costanera. El sonido y aroma del mar empezaban a invadir mis sentidos cuando, de repente, un anciano con bastón se acercaba a un banquito frente al mar a observar el atardecer. Me sentí invadida por unas enormes ganas de llorar. Jamás experimenté un llanto con tantas emociones juntas: la nostalgia, la tristeza de imaginar por lo que tuvo que pasar, las mil preguntas que se habría hecho él antes de partir, y la felicidad de haber heredado el sentido de familia que él nos dejó.
Sentí ganas de abrazar a aquel señor. La manera en que en silencio observaba el horizonte me conmovió por completo… por un momento ví al abuelo…
Dejé que las lágrimas corrieran y continué con mi trote.
Giovinazzo no es un sitio muy turístico. Su gente conserva viejas costumbres: el paseo por la plaza, las ferias del día domingo, su taberna para comer comida típica, y su costanera, testigo de miles de historias, algunas contadas, otras olvidadas….
Hoy recordé esos días y sentí compartirlo. Muchos de nosotros aún buscamos en nuestra historia, indagamos, admiramos, y nos conmovemos por todo lo que nuestros antepasados han tenido que pasar. Y vale la pena recordarlos, honrarlos, agradecerles y decirles “gracias por tanto”.
Gracias, abuelos. Gracias, Giovinazzo.
